Basta de silencios atroces
Sabido es que el público espectador de la selección nacional de fútbol no es el mismo que domingo a domingo acompaña a los equipos a la cancha. En estos últimos casos suele tratarse de hinchadas afianzadas en las gradas, con una mística compuesta por banderas, colores y cantos que las identifica y diferencia del resto. La afición albiceleste, en cambio, estaría compuesta por un público más heterogéneo y espontáneo, que por causa de las esporádicas presentaciones no encuentra manera de afirmarse en el folklore mencionado. En tal caracteres residiría el que a estos hinchas les cueste trascender el mero “Vamos, vamos, Argentina, vamos, vamos a ganar…”, pero además, si se toma en cuenta el escenario en que la selección ejerce su localía -el Monumental del club River Plate- y la barra brava que se impone en el mismo -los “Borrachos del Tablón”- la frialdad que se hace palpable en las tribunas es aún más inteligible.
Un estadio que fue acusado, por un propio jugador millonario, de permanecer en “Silencio atroz” (recordar el enfrentamiento contra San Lorenzo por la Copa Libertadores), no encuentra demasiados réditos a la hora de mantenerse como sede del combinado nacional. Que quede claro entonces, River -sus jugadores, su cancha, su público- ha sido y será pecho frío; allí se prefiere el insultar y cruzarse brazos (por tan burro que sea Heinze) antes que apoyar a los futbolistas bajo marcadores desfavorables. Dejémonos de joder entonces que en Islandia hay hoy en día más presión y calor. Escuchar a los fanáticos paraguayos cantar “Somos locales otra vez” por encima de las voces nacionales fue un verdadero agravio al honor y orgullo argentino, semejante a aquel propiciada por el 5 a 0 de Colombia. Es menester por lo tanto el mudar, aunque sea de modo alternado, la localía del equipo de Basile (además que los habitantes del interior merecen contar con mayores oportunidades de acceder a dichos espectáculos, algo que se ejerce en casi todos los países del mundo, pero que es evitado por el Padrino Grondona) y dejar ese páramo helado rojo y blanco para los recitales de Madonna y Tití Fernández.
Los argumentos contrarios son entendibles: en el Monumental se levantó la Copa del Mundo, la selección no contagia, la Bombonera es chica, en Bajo Flores le afanan hasta a Messi, en el Chateau cordobés no se ve un choto, en Rosario -que siempre estuvo cerca- los hinchas de Newell’s se pegan un tiro antes que pisar el Gigante de Arroyito, el norte nunca estuvo cerca (para los jugadores seleccionados), etcétera. Pero no alcanzan a justificar el mantener el Gallinómetro en su privilegiado status de camposanto y bien valdría el ensayar una mudanza.
“Olé es yeta”
En una temática relacionada, el seleccionador local, Alfio Basile (de quien es conocido el fervor supersticioso), se refirió en tales epítetos al diario deportivo de Clarín. La cuestión estaba centrada en las tapas de las ediciones de los días viernes 5 y sábado 6 de septiembre (día que Argentina empató con Paraguay). En la primera se veía a Tévez y Abbondanzieri sobre la impronta de dejar chiquita la pelota; el arquero se fue lesionado y el delantero expulsado (sólo faltaba agregar a Heinze en dicha imagen).
En la segunda se titulaba con un “¡Dame fuego!” una foto en que se observaba a algunos jugadores presentándose en el Monumental; y ya nos hemos explayado sobre la frialdad de ese estadio. Por ello, el “Coco” pidió expresamente prescindir de imágenes semejantes, y Olé cumplió mediante una portada en la que se observa una figura pagana del Perú. Al ser consultado al respecto, el entrenador manifestó: “No comments”, pero es sabido que -de no lograr un triunfo el día de hoy en territorio incaico- más de un muñeco vudú va a sufrir las consecuencias.