jueves, 5 de junio de 2008

El ciclón que ya no azota

Ramón Díaz
Allá en el barrio porteño del Bajo Flores, las casas erigidas mediante
recursos humildes, castigadas por la permanente contracción de un
sistema que las aísla luego de su exprimida, debieron además
soportar -en el curso de los últimos doce meses- las
embestidas del “Ciclón de Ramón” que se había
concentrado en esa zona. En una región no tan
usual para las manifestaciones virulentas
de la naturaleza, este mágico vendaval, en
principio, trajo consigo cambios
insospechados para las
estructuras más oxidadas.

Numerosas fueron sus víctimas: chiqueros derruidos,
ranchos estatales despojados de raíz (ver nota del
9 de mayo), animales despedazados (burros,
venados, llamas bolivianas). Pero la principal
de ellas no fue sino el propio ciclón,
concentrado en su epicentro,
mareado de girar sobre su eje, se
fue desgastando poco a poco,
hasta que su efímero desplazo
a Bahía Blanca terminó por
absorberlo y consumirlo.

Mutado en brisa, a quien supo ser torbellino
de furia y huracán (vaya paradoja) no le
quedó más remedio que vagar tras
nuevos aires. Algunos aledaños del
Bajo suspiran aliviados, otros ya
extrañan el vaivén y el vértigo
de ese vendaval particular.

Inclemencia, tempestad, tifón,
temporal, borrasca, tormenta,
garúa… los epítetos
empequeñecen junto
al objeto de su
designación.


Jeje, como dice Carlos: "Chau, felicidades".